Los mohicanos de París. Tomo IV (Ed. ilustrada) by Alexandre Dumas

Los mohicanos de París. Tomo IV (Ed. ilustrada) by Alexandre Dumas

autor:Alexandre Dumas [Dumas, Alexandre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1854-10-01T00:00:00+00:00


CCXLIX. El sans-culotte[38].

El capitán Pedro Herbel, apellidado el sans-culotte, tenía en esta época cincuenta y siete años.

Era de corta estatura, anchas espaldas, brazos de hierro, cabeza cuadrada, cabellos crespos de un rubio que en otro tiempo fue rojo: un hércules bretón, en una palabra.

Las cejas, de color más oscuro que sus cabellos y que, como éstos, no habían encanecido, daban a su rostro un aspecto de indecible dureza; pero sus ojos, de un azul celeste límpido, su boca entreabierta, sus blancos dientes, revelaban al mismo tiempo una bondad perfecta, una dulzura infinita.

Era vivo y brusco como hemos podido ver al entrar en las Tullerías, en casa de su hijo y a bordo de su buque; pero bajo aquella brusquedad y aquella vivacidad se ocultaba el corazón más sensible, el alma más compasiva de la creación.

Acostumbrado a mandar a los hombres en situaciones en que el peligro no permitía debilidad de ningún género, su rostro expresaba el hábito del mando y una enérgica voluntad.

En efecto, como si hubiera estado siempre a bordo de La Bella Teresa, en su aldea, a pesar de la pérdida de su fortuna, había conservado el secreto de hacerse obedecer, no sólo de los aldeanos que vivían pared por medio de él, sino hasta de los más ricos señores vecinos.

Obligado por la paz europea a morder sus puños en la ociosidad a falta de un campo de batalla con los hombres, el capitán había declarado la guerra a los animales.

Aplicándose a este ejercicio con devoradora actividad, había llegado a ser un aficionado furioso de la caza y, con el pesar de no poder habérselas con animales que valiesen la pena, como elefantes, rinocerontes, leones, tigres y leopardos, se había rebajado con cierta vergüenza a luchar con débiles enemigos, como los lobos y jabalíes.

Viudo de Teresa, separado de Petrus, el capitán se había acostumbrado a pasar las tres cuartas partes del año recorriendo diez o doce leguas en contorno, en los bosques y dehesas, con su fusil a la espalda y sus dos perros corriendo delante de él.

Algunas veces permanecía ausente una semana, diez, quince días, sin dar más noticia suya en el pueblo que los trozos de jabalí que enviaba y que, la mayor parte de las veces, iban dirigidos a las familias más necesitadas. De suerte que el capitán, no pudiendo alimentar a los pobres con sus limosnas, los alimentaba con su fusil.

El capitán era, pues, mucho más que Nemrod, un verdadero cazador ante Dios.

Es verdad que este cazar continuo tenía sus inconvenientes.

El lector no dejará de saber que en el curso legal de las cosas, el más encarnizado cazador cuelga de la chimenea su fusil desde el mes de febrero al mes de setiembre.

Sin embargo, no sucedía esto al fusil del capitán.

Su Leclere —había escogido los cañones de su escopeta entre los que salían de casa de este fabricante⁠—, su Leclere, decimos, no descansaba nunca y siempre se oía su detonación ya en uno ya en otro lado del departamento.

Es verdad que como no había



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